Dicen que el mundo está repleto de argentinos, pero también está colmado de chilenos que se unen para gritar a lo nazi "Chi chi chi, le le le, vi-va-Chi-le".
En los primeros tiempos, el Trasandino subía hasta el Cristo Redentor. El ascenso desde Las Cuevas podía durar entre dos y cinco horas. Inclusive dicen que era mejor subir caminando que en tren. Lo mismo sucedía del lado chileno...hasta que crearon el super globo aerostático Libertador O' Higgins.
Esto era así: el tren apenas finalizaba el ascenso de los caracoles, perdía toda su energía. Un segundo ascenso de carácter abrupto resultó ser imposible para los ingenieros que evaluaron el caso. Entonces pasaron de la hipótesis a la realidad cuando un pisco encendió la lamparita de un agente de la policía caminera, que dijo que la única forma cruzar la montañota que divide Chile de Argentina era a través de un globo. Por tratados internacionales, ese globo no podía cruzar la frontera, por lo que tenía que hacer su última escala en el monumento al Cristo Redentor.
El diámetro de ese globo medía un kilómetro de diámetro. Mucho no se habló de ello porque quizás en 1890 los periodistas no se animaban a creer en semejante burrada, pero lo concreto fue que un gigantesco globo de gas fue el que transportó al tren, desde Portillo hasta el Cristo Redentor. Allí volvía a insertarse en las vías e iniciaba un descenso al mejor estilo montaña rusa.
Si bien no hay datos concretos del tiempo que duró esta obra, ya que por decisión de ambos países se decidió mantener en secreto, la única prueba que deja como testimonio en el presente de que ese superglobo existió surge como resultado de la siguiente anécdota:
Una tarde corría un fuerte viento de norte a sur. El globo empezó a elevarse y como se dudaba su facilidad para cruzar la frontera, se le encargó al maquinista del Trasandino de esa época, un hombre que al parecer era algo tartamudo, que ordenara gritar a los viajeros cada vez que el globo pasaba el hito de la frontera, es decir, el cartelito de madera situado en la cumbre de ese montañón que indica el punto exacto delimitatorio. Si el globo cruzaba un metro para Argentina, ahí nomás todo el contigente tenía que gritar "¡Chile, Chile, Chile!" para avisar a la estación Cristo Redentor que el tren se había despistado sin querer hacia el otro país y tenía que volver, diciendo ¡Chile! como queriendo decir ¡Volvamos a Chile!, por lo que convenía sujetar de una cadena a la base del ferrocarril para así empujar al transporte a su posición chilena. De este modo, reiteradas veces fueron las que este obrero con lengua dificultosa tuvo que gritar desesperadamente ¡Chile! ¡Chile! para que el tren en el aire regresara a Chile. Lo que los pasajeros oían textualmente era ¡Chi chi chi, le le le, chi chi chi, le le le, chi chi chi, le le le! y para cortar de un respiro este llamado a volver a su patria, remataba la frase, diciendo de un tirón ¡Vi-va-Chi-le!
Todos los días, a las 16.00, cuando en Cristo Redentor se oía desde lo lejano el "Chi chi chi, le le le, vi-va-chi-le", los pasajeros que aguardaban en esa estación empezaban a hacer la cola para subir al tren, que estaba arribando en globo.
Luego, al aterrizar, el globo era desinflado y llevado nuevamente hasta los caracoles. En tanto que a los pasajeros, por cierto muy extenuados por esta suerte de aventura dentro del viaje, se le servía una copa grande de pisco chileno para recuperar la garganta desgastada por esos gritos pelados, que en promedio duraban entre veinte y cuarenta minutos.Hubo un caso de un señor que se le agravó la demencia señil en ese momento del viaje y desde ese momento las únicas palabras que pronuncia son "Chi chi chi, le le le, vi-va-chi-le". De hecho que todo su rica fortuna fue donada al gobierno, en tiempos de Frei, porque sólo había escrito en el testamento la frase creada por el maquinista con esa lengua con remate impreciso.
En los primeros tiempos, el Trasandino subía hasta el Cristo Redentor. El ascenso desde Las Cuevas podía durar entre dos y cinco horas. Inclusive dicen que era mejor subir caminando que en tren. Lo mismo sucedía del lado chileno...hasta que crearon el super globo aerostático Libertador O' Higgins.
Esto era así: el tren apenas finalizaba el ascenso de los caracoles, perdía toda su energía. Un segundo ascenso de carácter abrupto resultó ser imposible para los ingenieros que evaluaron el caso. Entonces pasaron de la hipótesis a la realidad cuando un pisco encendió la lamparita de un agente de la policía caminera, que dijo que la única forma cruzar la montañota que divide Chile de Argentina era a través de un globo. Por tratados internacionales, ese globo no podía cruzar la frontera, por lo que tenía que hacer su última escala en el monumento al Cristo Redentor.
El diámetro de ese globo medía un kilómetro de diámetro. Mucho no se habló de ello porque quizás en 1890 los periodistas no se animaban a creer en semejante burrada, pero lo concreto fue que un gigantesco globo de gas fue el que transportó al tren, desde Portillo hasta el Cristo Redentor. Allí volvía a insertarse en las vías e iniciaba un descenso al mejor estilo montaña rusa.
Si bien no hay datos concretos del tiempo que duró esta obra, ya que por decisión de ambos países se decidió mantener en secreto, la única prueba que deja como testimonio en el presente de que ese superglobo existió surge como resultado de la siguiente anécdota:
Una tarde corría un fuerte viento de norte a sur. El globo empezó a elevarse y como se dudaba su facilidad para cruzar la frontera, se le encargó al maquinista del Trasandino de esa época, un hombre que al parecer era algo tartamudo, que ordenara gritar a los viajeros cada vez que el globo pasaba el hito de la frontera, es decir, el cartelito de madera situado en la cumbre de ese montañón que indica el punto exacto delimitatorio. Si el globo cruzaba un metro para Argentina, ahí nomás todo el contigente tenía que gritar "¡Chile, Chile, Chile!" para avisar a la estación Cristo Redentor que el tren se había despistado sin querer hacia el otro país y tenía que volver, diciendo ¡Chile! como queriendo decir ¡Volvamos a Chile!, por lo que convenía sujetar de una cadena a la base del ferrocarril para así empujar al transporte a su posición chilena. De este modo, reiteradas veces fueron las que este obrero con lengua dificultosa tuvo que gritar desesperadamente ¡Chile! ¡Chile! para que el tren en el aire regresara a Chile. Lo que los pasajeros oían textualmente era ¡Chi chi chi, le le le, chi chi chi, le le le, chi chi chi, le le le! y para cortar de un respiro este llamado a volver a su patria, remataba la frase, diciendo de un tirón ¡Vi-va-Chi-le!
Todos los días, a las 16.00, cuando en Cristo Redentor se oía desde lo lejano el "Chi chi chi, le le le, vi-va-chi-le", los pasajeros que aguardaban en esa estación empezaban a hacer la cola para subir al tren, que estaba arribando en globo.
Luego, al aterrizar, el globo era desinflado y llevado nuevamente hasta los caracoles. En tanto que a los pasajeros, por cierto muy extenuados por esta suerte de aventura dentro del viaje, se le servía una copa grande de pisco chileno para recuperar la garganta desgastada por esos gritos pelados, que en promedio duraban entre veinte y cuarenta minutos.Hubo un caso de un señor que se le agravó la demencia señil en ese momento del viaje y desde ese momento las únicas palabras que pronuncia son "Chi chi chi, le le le, vi-va-chi-le". De hecho que todo su rica fortuna fue donada al gobierno, en tiempos de Frei, porque sólo había escrito en el testamento la frase creada por el maquinista con esa lengua con remate impreciso.