miércoles, 7 de marzo de 2007

El recolector de pelotas

Debido al chocolate y pisco para niño "El Bombón Asesino", la comunidad de Las Cuevas, dentro de su etapa de cambios por crecimiento, el deporte de a poco se fue asentando como estilo de vida. Y por tratarse de un lugar muy particular por su carácter artesano, es que el "balón de altura" se convirtió en la actividad deportiva más popular; de hecho, mucho más que el fútbol, tenis o basquetball. Y en este sentido, el Trasandino fue clave para el éxito de este nuevo y molesto deporte.
El arco que da inicio al ascenso al Cristo Redentor pasó de ser hostel a enorme playa de estacionamiento. Allí había "puestos de pelotazos". Se trataban de bastones con leve altura, que prácticamente sostenían en el aire a toda la pelota de fútbol -aclaremos que el término balón lo usamos para el fútbol, en este caso-
Todas se orientaban hacia el oeste, que en este caso significaba el enorme paredón de montañas que separaba Argentina y Chile. Este deporte era parecido al martillo del atletismo, en el sentido que el jugador, en vez de lanzar la bocha metálica lo más lejos posible y ganar puntos de acuerdo a la distancia lograda, en este caso, el deportista tenía que pegarle de puntín bien abajo de la pelota, para que la misma volara a la máxima altura posible y con la mayor potencia que se le pueda dar. Como a esa altura "la pelota dobla" -así lo dijo alguna vez Daniel Passarella cuando fue técnico de la selección argentina-, el balón es más liviano y puede ir tan lejos, hasta el punto de cruzar la frontera por arriba. Luego, en el descenso, iría picando y adquiriendo velocidad en la otra cara del cerro limístrofe, hasta llegar en un momento a detenerse. De este modo, el balón que llegara más lejos resultaría la ganadora del juego. Y como cruzar la frontera para buscar la pelota en sí era un lío, nada mejor que esperar al Trasandino de vuelta para que traiga la pelota. Por esta razón, el tren se convirtió también en un recolector de pelotas.
La particularidad de este juego fue que para que el balón tuviera mejor visual, nada mejor que los disparos se hicieran de noche, con pelotas fosforescentes e iluminadas. Ver volar en el cielo a una pelota de ese modo resultó ser un atractivo para toda la creciente villa de Las Cuevas.
Cuando se disputó por primera vez este juego, se patearon sólo ocho pelotas. Seis rebotaron en el camino de ascenso al Cristo Redentor y las dos restantes pasaron a Chile. Una de ellas bajó picando por los caracoles y terminó mojada y detenida en el lago del dique Portillo, en tanto que la otra siguió bajando y rodó hasta unos quince kilómetros de la localidad de Los Andes. Este deporte alcanzó mucha popularidad como también admirables niveles de escándalos, como lo fue cuando una vez bajó un balón a 9,8 metros por segundo y rompió los cristales del techo principal del complejo aduanero Los Libertadores o bien, cuando el balón siguió el recorrido de la ruta, por el lado chileno, y un perro fulbolero empezó a corretear detrás de ella, y junto a él se prendieron una docena de perros callejeros, que se las tuvieron que ver cuando encararon a un contingente de camiones de carga pesada, que se dirigía a la Argentina. Inclusive, se oyó decir por parte del Lechomagnota chileno que una vez un balón rompió un vidrio de una humilde vivienda, cercana a Los Andes.

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