
Cuentan que una tarde, mientras pasaban por el cerro Negro, se alcanzó a divisar un mural de cien mentros de altura por veinte de ancho. Era la siesta y el sol apenas rociaba destellos de luces en esa acalorada montaña, por lo que se vio "pareció ser la novena maravilla del mundo", cuenta una crónica publicada en La Tercera de Santiago, ya que los diarios mendocinos jamás creyeron en esa inmensa montaña pintada que alguna vez se vio.
A raíz de que un periodista mendocino se enojó porque ese artículo periodístico no dijo explícitamente que se trataba de "la pintura más grande del mundo" y que la misma se encontraba en la provincia de Mendoza, entonces decidió iniciar la búsqueda de la misma para hacer su propia versión de la crónica.
Santiago Díaz Guerrero, de El Sol Diario, aprovechó un fin de semana sin trabajo para ir en su 4x4 hasta el cerro Negro, situado entre Potrerillos y Uspallata. El tren pasaba frente al mismo y lo primero que hizo fue cruzar el río y situarse en el mismo lugar donde el cronista chileno dice que vio esa inmensa pintura. Una hora después, y tras utilizar anteojos tridimensionales y otros recursos de alto voltaje para la mirada, se dio cuenta que sobre esa famosa montaña ni siquiera había un mosquito calcado en una piedra. Sin embargo, tanto viaje sirvió para que se le despertara el bichito de la curiosidad periodística.
Quince días después, por primera vez El Sol Diario superó en ventas a sus competidores Los Andes y Uno. Todo por un artículo cuyo título era el siguiente: "El Cerro Negro esconde el mural más grande del mundo". Y la nota que escribió, increíblemente, alcanzó un nivel de credibilidad no prevista por los editores de ese medio, lo que a su vez generó la llegada de más cronistas chilenos para cubrir ese hecho misterioso que sucedía en el cerro Negro.
"Fui al cerro Negro para ver si era verdad eso de que allí había mural cuatro veces más grande que el tablero electrónico del estadio Malvinas Argentinas. Lo que vi no fueron imágenes, sino palabras que expresaban esa imagen. ¿Cómo es eso? ¿Acaso se trataba de una nueva leyenda? No, ya que Jorge Sosa se enojaría si advierte que el Futre tenía amigos que él nunca descubrió. Pero algo de eso era, porque a la vez que lo vio, no lo estaba viendo. Pero lo que estaba viendo era el resultado de la máxima belleza que se puede concebir en el mundo de hoy en las altas cumbres. Todo por una combinación cósmica-atmosférica: el sol de las 16.00 descarga sus últimas fuerzas de rayos ultravioletas sobre una piedra naranja y espejada, situada a más de cinco mil metros de altura. Las pocas aguas del río Mendoza apenas reflejan el 10% de lo que ese resplandor color mandarina producía. El resto se extendía a lo largo de la falda de la montaña, como si fuera un torrente de cera que lubrica todas la piedras y la tierra seca. En esa travesía, la luz anaranjada empezaba a adquirir tonos amarillentos, verdes y marrones, según los obstáculos naturales que enfrentara. ¡Para qué llamarlos "obstáculos" si con esa luz daban a luz la novena maravilla del mundo!".
"Un efecto tridimensional en una suerte de paraíso anaranjado, tentado con el abanico multicolor del cielo, siempre celeste, y del río, cómplice, con sus aguas color cáscaras de mandarina de oro y púrpura. El cuadro, la obra y la pintura no eran otra cosa más que lo que siempre se vio en la misma montaña. Pero la naturaleza se las arregló para convertirla en la novena maravilla. Y si el primer resplandor, en vez de naranja hubiera sido violeta, quizás sería la décima maravilla, pero para eso habrá que esperar algún reflejo de la luna llena, según me contó el Lechomagnota. Pero ¿quién es el Lechomagnota?"
"El Lechomagnota no podía ser otro más que quien tradujera en palabras lo que había visto en forma maravillosa. Dice que la primera vez que vio ese monumental juego de luces naturales en la montaña se lo contó a un periodista chileno, que se había bajado del Trasandino porque el baño de ese tren no estaba preparado para los sólidos, por lo que tuvo que hacerlo en un pequeño inodoro de piedras, que encontró en esa montaña. Allí escuchó lo que yo oí y luego él escribió sin detalles para La Tercera, y yo lo estoy haciendo ahora, con lujos de detalles, para este prestigioso medio".
"Y les aseguro que muchos choferes del Trasandino me aseguran que lo que vio y me contó el Lechomagnota no es ninguna fantasía: algunos ya lo han visto, pero no contaron nada porque les faltó hermosas palabras para expresarlo. Es que a veces sucede que la misma naturaleza designa a un vocero para transmitir lo que no se puede decir con palabras", concluye la nota de Santiago Díaz Guerrero.
Y más de uno comenzó a creer que el verdadero Lechomagnota era Díaz Guerrero.
A raíz de que un periodista mendocino se enojó porque ese artículo periodístico no dijo explícitamente que se trataba de "la pintura más grande del mundo" y que la misma se encontraba en la provincia de Mendoza, entonces decidió iniciar la búsqueda de la misma para hacer su propia versión de la crónica.
Santiago Díaz Guerrero, de El Sol Diario, aprovechó un fin de semana sin trabajo para ir en su 4x4 hasta el cerro Negro, situado entre Potrerillos y Uspallata. El tren pasaba frente al mismo y lo primero que hizo fue cruzar el río y situarse en el mismo lugar donde el cronista chileno dice que vio esa inmensa pintura. Una hora después, y tras utilizar anteojos tridimensionales y otros recursos de alto voltaje para la mirada, se dio cuenta que sobre esa famosa montaña ni siquiera había un mosquito calcado en una piedra. Sin embargo, tanto viaje sirvió para que se le despertara el bichito de la curiosidad periodística.
Quince días después, por primera vez El Sol Diario superó en ventas a sus competidores Los Andes y Uno. Todo por un artículo cuyo título era el siguiente: "El Cerro Negro esconde el mural más grande del mundo". Y la nota que escribió, increíblemente, alcanzó un nivel de credibilidad no prevista por los editores de ese medio, lo que a su vez generó la llegada de más cronistas chilenos para cubrir ese hecho misterioso que sucedía en el cerro Negro.
"Fui al cerro Negro para ver si era verdad eso de que allí había mural cuatro veces más grande que el tablero electrónico del estadio Malvinas Argentinas. Lo que vi no fueron imágenes, sino palabras que expresaban esa imagen. ¿Cómo es eso? ¿Acaso se trataba de una nueva leyenda? No, ya que Jorge Sosa se enojaría si advierte que el Futre tenía amigos que él nunca descubrió. Pero algo de eso era, porque a la vez que lo vio, no lo estaba viendo. Pero lo que estaba viendo era el resultado de la máxima belleza que se puede concebir en el mundo de hoy en las altas cumbres. Todo por una combinación cósmica-atmosférica: el sol de las 16.00 descarga sus últimas fuerzas de rayos ultravioletas sobre una piedra naranja y espejada, situada a más de cinco mil metros de altura. Las pocas aguas del río Mendoza apenas reflejan el 10% de lo que ese resplandor color mandarina producía. El resto se extendía a lo largo de la falda de la montaña, como si fuera un torrente de cera que lubrica todas la piedras y la tierra seca. En esa travesía, la luz anaranjada empezaba a adquirir tonos amarillentos, verdes y marrones, según los obstáculos naturales que enfrentara. ¡Para qué llamarlos "obstáculos" si con esa luz daban a luz la novena maravilla del mundo!".
"Un efecto tridimensional en una suerte de paraíso anaranjado, tentado con el abanico multicolor del cielo, siempre celeste, y del río, cómplice, con sus aguas color cáscaras de mandarina de oro y púrpura. El cuadro, la obra y la pintura no eran otra cosa más que lo que siempre se vio en la misma montaña. Pero la naturaleza se las arregló para convertirla en la novena maravilla. Y si el primer resplandor, en vez de naranja hubiera sido violeta, quizás sería la décima maravilla, pero para eso habrá que esperar algún reflejo de la luna llena, según me contó el Lechomagnota. Pero ¿quién es el Lechomagnota?"
"El Lechomagnota no podía ser otro más que quien tradujera en palabras lo que había visto en forma maravillosa. Dice que la primera vez que vio ese monumental juego de luces naturales en la montaña se lo contó a un periodista chileno, que se había bajado del Trasandino porque el baño de ese tren no estaba preparado para los sólidos, por lo que tuvo que hacerlo en un pequeño inodoro de piedras, que encontró en esa montaña. Allí escuchó lo que yo oí y luego él escribió sin detalles para La Tercera, y yo lo estoy haciendo ahora, con lujos de detalles, para este prestigioso medio".
"Y les aseguro que muchos choferes del Trasandino me aseguran que lo que vio y me contó el Lechomagnota no es ninguna fantasía: algunos ya lo han visto, pero no contaron nada porque les faltó hermosas palabras para expresarlo. Es que a veces sucede que la misma naturaleza designa a un vocero para transmitir lo que no se puede decir con palabras", concluye la nota de Santiago Díaz Guerrero.
Y más de uno comenzó a creer que el verdadero Lechomagnota era Díaz Guerrero.
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