miércoles, 7 de marzo de 2007

Las huellas de Darwin


Otro invento del Lechomagnota, pero que con el tiempo se convirtió en una leyenda, fue la historia de las huellas perdidas de Charles Darwin en los caracoles chilenos. La misma se hizo famosa por un detalle sumamente ridículo, que fue la clave para que se ganase la credibilidad de los leyenderos y mitolólogos: en ese paraje cordillerano fue donde el científico lloró por primera vez en su vida. ¿Y por qué? Porque, dicen, que la cordillera -al igual que su teoría sobre la evolución del ser humano- venía en ascenso y esa abrupta bajada significaba la debacle "evolutiva" de la humanidad, desde su teoría. Y fueron tantas sus lágrimas que aún hay vestigios de las mismas en la laguna del centro de esquí Portillo -por más que se esmeren en afirmar que ese ojo de agua artificial no se hizo sólo con llantos.
Es verdad que el científico evolucionista pasó unos cuatro años de su existencia por Argentina y que no le faltó tiempo para tomarse unos mates en Mendoza. Así lo comprueban las publicaciones periodísticas de la época. Pero la historia que aquí se construyó fue a partir de un supuesto paralelismo entre las hipótesis de Darwin sobre su teoría evolutiva y su grado de madurez desde el transcurso de su recorrido de la cordillera, a partir de lo que la naturaleza le mostraba. En este sentido, por ejemplo, el paisaje bonito, verdoso y microclimatoso de Chacras de Coria se vincula con el paraíso de la infancia. El paso de Cacheuta a Potrerillos representa la crisis de la adolescencia, porque el verde va desapareciendo, se comienza a apreciar el efecto de la altura y la naturaleza -en este caso, el hombre-, tiene que tomar las riendas de su vida por cuenta propia "para evolucionar". Uspallata representa el veranito nostálgico de los cincuenta años. Es la edad en que el adulto recupera rasgos de la adolescencia y llama por teléfono a los amigos que tenía registrado en la libretita telefónica de la secundaria. Desde lo natural, el fresco y el verde de ese paraje cordillerano reflejaba la bondad y revitalidad espiritual de esa edad. En tanto, el largo y tedioso trayecto que va desde Uspallata hasta el Cristo Redentor no es otra cosa más que el desgaste físico del hombre maduro y con experiencia, esto último, reflejado en la sabiduría de la belleza natural, como lo es Puente del Inca o el cerro Aconcagua que, sin dudas, desde esta perspectiva, una suerte de árbol de la sabiduría que concentra las máximas o las más altas respuestas de la vida. El mismo Cristo Redentor significa la sensación de cercanía del ser humano con el más allá, pero para que la teoría cumpliera su ciclo evolutivo, la misma tenía que atravesar toda la cordillera.
Y fue así que la cosa se complicó con los caracoles chilenos. Allí, dice esta confusa leyenda, en un primer momento Darwin quedó despistado y luego esta sensación se transformó en una verdadera desilusión: todo lo construido en evolución se caía en picada. Y para cerrar la historia, fue en la laguna de Portillo donde el científico echó sus primeras lágrimas, que en la actualidad se mantienen congeladas en llaveros, que dan de comer a decenas de artesanos falsos.
Costo muchísimo para que el gobierno argentino señalizara las huellas que dejó Darwin en su supuesta travesía de Mendoza hasta Portillo. El gobierno chileno desistió de hacer este iniciativa turística: es que desde el Pacífico costaba creer que el primer paraje de la teoría evolutiva fuera justamente el debacle evolutivo de la humanidad, no así desde el lado argentino, que dentro de todas las mentiras construidas, las mismas guardaban una respetuosa coherencia.Sin embargo, tras la crisis de la guerra en Irak y el cambio climático en el mundo, cada vez son más lo que se animan a creer que efectivamente Darwin tuvo sólidos fundamentos para formular la debacle de la humanidad, en el momento en que la historia ya había acumulado montañas de experiencias buenas y malas. Y que cuando se enteró de que en el futuro Hitler utilizaría su teoría evolutiva para explicar que los alemanes "eran más evolucionados" que los judíos, polacos y gitanos, como también de muchas cosas que ya pasaron y que aún no pasarán, el científico se sintió tan decepcionado con la humanidad, que no le alcanzaron las lágrimas para expresar su desencanto.

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