miércoles, 7 de marzo de 2007

La inmensa boca del lobo


En octubre de 2008, los presidentes Kirchner y Bachelet se bajaron del primer vagón, se quitaron las ligas y la encestaron en una inmensa botella de Chandon, que sostenía el entonces gobernador de Mendoza, Celso Omar Biffi. La multitud acompañó la ovación con un descorche masivo de champán Concha y Toro, distribuida a cientos de curiosos del aparato político allí presentes -allí es la estación ferroviaria de Cacheuta, Mendoza.
"Lo primero que tengo que decir a la prensa es que si visito a mi amiga Michelle en este tren, sin dudas que las reuniones de gabinete lo haremos en baño", arrancó Kirchner, ante una mirada cómplice de su par chilena, que asentía con el pulgar hacia arriba. "Disculpen si hablo más que Chávez, pero ocurre que extraño tanto hablar por teléfono con mis amigas que quisiera seguir confesando mis intimidades ahora ante los micrófonos de la prensa", concluyó Kirchner, afirmando una estrategia de comunicación totalmente opuesta a la de su marido, quien cuando le tocó ocupar la silla que ella ahora abarca, siempre negó el contacto con la prensa. Las elecciones 2007 determinaron un cambio rotundo en la estrategia comunicativa de los Kirchner y la jefa de Estado, al igual que su par venezolano, sufría de excesos verbales frente a los micrófonos. Pero la prensa seguía con cholulismo este culebrón informativo-político y con ello logró que los anuncios políticos salieran no sólo en los periódicos informativos, sino también en las revistas Caras, Gente, Caras y Caretas, y Radiolandia 2007.
El chofer del tren largó las últimas sobras del mate por la ventana, ante la vista de la Policía Sanitaria, se sacó los auriculares y puso primera con todo. El Trasandino, ese tren que alguna vez había unido Chile y Argentina, recuperaba el presente como tiempo verbal, tras ser arrebatado por el pasado durante muchos años y por el futuro en los meses en que se realizaron las campañas electorales, con el fin de utilizarlo como prenda para que Mendoza votara por el oficialismo provincial y nacional.
Sin embargo, lo siguiente -rescatado de una publicación hecha por Ciudadano Diario- explica el giro histórico que sufrió este viaje:
"Tras sesenta minutos y cuarenta segundos de viaje, el Trasandino ingresó a una boca de lobo".
"La marcha se interrumpió, pero la luz no se cortó. El calor empezó a inundar en forma agobiante. Era un aire con sabor animal. Muy mundano. Espantoso. Terrorífico".
"Los motores aún seguían funcionando y las ruedas parecían empantanadas...en algo palangoso, si existe esa palabra, para definir una lengua de...¡veinte metros de largo, que envolvía la parte delantera del tren en forma de tubo!"
"Los viajeros se dirigieron al último vagón y desoyeron la orden del grumete, quien les pedía evitar desnivelar el peso de la tripulación. Por esta razón, cuando unas doscientas personas se agolparon en los dos últimos vagones, que daban al exterior, es decir, a las montañas, el estómago grupal sintió el vértigo de la montaña rusa: el tren bajó abruptamente por esa oscuridad teñida de un rosado, apenas perceptible y pegajoso, en un recorrido sobre terreno duro y muy agrietado. Los pasajeros pegaban saltos de cama elástica en esos últimos vagones y si allí no hubo graves víctimas fue porque el amontonamiento hacía de efecto colchón".
"Luego se oyó un grito estremecedor: era el chofer del tren, que se le ocurrió encender las luces altas y lo que alcanzó a ver fue el ingreso a un inmenso precipicio, que no era otra cosa más que el estómago de un gigantesco bicho que los estaban devorando".
"Según cuentan testigos, el conductor, afiebrado de miedo, atinó a decir ' no voy a morir tomando este mate amargo de mi suegra ' y, con mucho esfuerzo, logró abrir la ventanilla para echar toda la yerba usada y sin usar al exterior, o sea, al precipicio estomacal. Esto fue lo último que se supo de los minutos de terror, ya que el capítulo siguiente sitúa al tren nuevamente encarrilado en la montaña, aunque bastante averiado, retomando su marcha hacia Chile".
"Algunos que habían bebido el brindis de bienvenida y otros que aún no habían probado ni el agua con gas coincidieron en que a sus espaldas vieron a un gigantesco dinosaurio, que se retorcía la panza y había disparado un mensaje entendible en todos los idiomas: 'me cago en tu suegra y en el Trasandino'.

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