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miércoles, 7 de marzo de 2007

El peluquero holandés


Sonreía como Robert De Niro. Caminaba como el Pingüino del film Batman, interpretado por Danny De Vito. Su piel era chocolate helado y su escasa cabellera rubia caía como destellos de nieve grisácea. Sus opiniones contrastaban como el agua y el aceite, como las tijeras con dientes de Bull Dog y las tijeras lisas, y el viejo gel marca Glostora, color celeste y las modernas espumas fijadoras. Le gustaba hablar muy mal el español, aunque aseguran que Rud Van Scoba Pelo hablaba muy bien el español, sobre todo, tras radicarse en Chile, luego de aquella final entre Argentina y Holanda, por el Mundial de Fútbol de 1978. Dicen que cuando salió, triste, del estadio de River Plate sólo tenía trescientos dólares. "Come back Holland or goint to go to Chile, po". Hizo caso de la segunda opción y al mes asistía a todos los partidos del Audax Italiano. Cuando se bajó del colectivo en la aduana chilena, compró El Mercurio, alcanzó a entender que necesitaban un empleado para una peluquería en Santiago y allí apostó toda su vida, a tal punto que nunca más regresó a Holanda. "¿Para qué, si mi alma reside en esta maravillosa palta?", se dijo mientras degustaba un pancho con la sabrosa verdura verde, tras cobrar su primer jornal. Con el tiempo se hizo peluquero y por ser europeo se ganó un respeto enviadiable en la comunidad trasandina.
No era el típico holandés alto y rubio. Es que su familia de origen es de Africa y de allí emigró a Holanda. Cuando le consultan de qué país africano nació su familia, Van Scoba Pelo pronunciaba dos palabras absolutamente inentendibles en cualquier tipo de fonética, pero muchos cercanos creen que sería una nación fronteriza a Ghana, como lo son Emphate y ...sin comentarios, si no se entendió no intentemos construir una respuesta verosímil.
Será porque quizás aprendió primero el inglés que el holandés, que Rud Van Scoba Pelo se convirtió en el primer peluquero del tren Trasandino. Hacía su recorrido junto al Duty Free en los vagones de primera clase. Iba vestido de blanco, con una tijerita y una bandejita de metal espejado en sus manos. Si su primer cliente fue un perro caniche, quizás la razón fue que nadie creyó en su vida que un peluquero golondrina trabajaría de su oficio en un tren internacional.
Con los turistas argentinos hablaba de fútbol. Con los chilenos, de las hermosas mujeres argentinas. Y cuando aparecía la esposa de algún marido con lengua picarona su piel adquiría el color del ají chileno y su lengua se ponía más picante que nunca. Al fin y al cabo, ese aire a De Niro lo salvó de muchos griteríos y en esas ocasiones prefería hablar de fútbol español con los clientes argentinos, que de fútbol saben "de todo un poco".
Anécdotas de Rud hay de sobra.
Dicen que una vez se quedó dormido, pero sus manos siguieron trabajando y así dejó pelado a una hermosa dama, que terminó siendo un travesti listo para iniciar los servicios militares. Dicen que al travesti le agarró un ataque de locura y solució en forma provisoria la metida de pata del peluquero holandés luego de que tiñiera de rubio unos tallarines integrales de cabellos de ángel. Cuentan que cuando apareció en el comedor vip del Trasandino con sus flamantes cabellos, un nene malcriado y con la panza vacía, se bajó un plato entero de fideos provenientes de su cabeza, por lo que volvió a ser un pelado colimba.
En otra ocasión atendió a una enamorada frustrada del vagón dieciséis, que le pidió cortarle el cabello pelo por pelo, como modo de desojar una margarita en la cabeza, para saber si la suerte la acompañaba con un pretendiente del segundo vagón, que había conocido en el compartimiento cine. Ese estúpido corte de cabello le llevó cuatro horas y fue muy trabajoso, pero de buena onda no le cobró nada y le aseguró a la muchacha que su corazón conquistaría al del pasajero misterioso. Y lo logró luego de atender a este pasajero, dejarle toda la cabeza rapada salvo la figura de un corazón de pelo en donde iría la pelada de obispo. La furia y la vergüenza propia de ese pasajero fue atenuada gracias a la simpatía y contención brindada por la enamoradiza, cuando le aseguró que ese corazón dibujado con pelo en la pelada era obra del destino, que desde ese momento en adelante los uniría para siempre.
Otro caso fue el de la señora con las uñas largas, que cada vez que se sacaba los zoquetes molestaba al que iba sentado adelante por sus puntadas sin querer queriendo. Al principio se resistió, pero Van Scoba Pelo le insistió que con uñas largas de un metro corría peligro de muerte si se subía rápido a un tren subterráneo o bien, que podría ocasionar un cortocircuito en el sistema, si lograse ingresar a un vagón repleto hasta el moño, se ubicara junto a la puerta para salir más rápido, pero esa puerta jamás se cerraría por culpa de esas ridículas uñas de espada de esgrima. Dicen que una sola vez en la vida necesitó cortar con serrucho y no con tijeras y fue, justamente, con esa señora, porque las tijeras apenas cortaban las puntitas de las uñas XXL.
Cuentan que una vez lo sancionaron porque lo agarraron podando ramitas secas desde el techo del tren, a la altura del dique Potrerillos, con las mismas tijeras de su peluquería ambulante. Su excusa fue que quiso rescatar una mora porque tenía un tremendo antojo con los frutos del bosque.
Era tan, pero tan peluquero que todo el mundo se asustó cuando confesó haberle "cortado el rostro a una mujer" que intentaba seducirlo. Rud estaba casado con una mucama del Trasandino y cada dos por tres pasaba, cargada de frazadas y ropas sucias, frente a él para recordarle cómo estaba marcada la cancha. Rosita se llamaba la señora y fue una pasajera argentina quien la contuvo cuando tuvo que soportar un papelón con la mujer de un turista chileno, por eso de hablar de las mujeres argentinas, con el vaso de leche recontracocinándose en el microondas. Luego, como ella tenía muchos conocimientos de fútbol, las horas libres de diálogo, luego condimentado con mates y medialunas, crecieron en progresión geométrica y cuando los dos cayeron a la realidad ya habían dado el "sí" en el altar un mes atrás.Si bien Rud nunca fue un talentoso con la tijera, su fama se extendió en los países trasandinos y por ello toda dama de la alta sociedad anhelaba viajar en el Trasandino para ser retocada por el peluquero holandés. Así llegó a atender a celebridades tales como Emmanuel Calvo, Ginneth Paltrow, Judie Law y las mismísimas presidentes Kirchner y Bachellet, entre otras.